Los insectos comestibles son una importante fuente de proteínas que ya han llegado a nuestros mercados, en los que, de momento, ocupan un puesto más relacionado con la curiosidad y con la valentía del consumidor típico occidental que con el valor nutricional. Los insectos se consumen en todos los estados de su desarrollo, siendo su componente nutritivo más importante las proteínas, que se pueden calificar como de buena calidad; le siguen las grasas, que son muy abundantes, sobre todo en los estados larvarios y, además, son ricos en algunas sales minerales y en vitaminas, principalmente del grupo B.
A muchas personas los insectos les causan repulsión y asco. Esto resulta paradójico si tenemos en cuenta que tal vez los insectos son las criaturas que mejor se alimentan porque son los consumidores primarios de la cadena alimenticia animal. En las regiones donde los insectos forman de manera tradicional parte de la dieta se suelen consumir tanto crudos como cocinados. Por ejemplo, en Japón los saltamontes, las pupas de los gusanos de seda y de abejas se cocinan en salsa de soja y azúcar y se sirven como aperitivos.
Las larvas proporcionan calorías de gran calidad, ya que están conformadas por ácidos grasos poliinsaturados beneficiosos para la salud. Además, los insectos en general contienen sales minerales, algunos son muy ricos en calcio, albergan vitaminas del grupo B y son una fuente importante de magnesio.
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